Por Ramón Zorrilla
Hace algún tiempo que se viene hablando del ‘internet de las cosas IOT’, por sus siglas en inglés, que ha venido a ser, durante la pandemia, un auxiliar importante del turismo para mantener el distanciamiento. En muchos restaurantes ya no es necesario tener el menú en la mesa o que alguien lo traiga, basta con escanear un código QR con tu celular para acceder a él sin contacto físico, check-in desde el móvil, sensores en la habitación que activan luces sin contacto, el smartphone como llave para entrar en la habitación, minibares y neveras inteligentes, entre otros IOTs que se han implementado en el turismo, pero, qué tal si pensamos también, en el turismo de las cosas.
República Dominicana aspira a recibir más de un turista por cada habitante, como hicieron en 2018 en Francia, que según datos del portal Hosteltur.com se registró 89 millones de arribos, con 67 millones de habitantes. España con 46,7 millones de habitantes recibió 83 millones de turistas, o Italia que con 60 millones de habitantes recibió 62 millones de turistas. Si seguimos analizando encontraremos que el 50% del dinero generado por el turismo lo concentran solo 10 países. De esos 10 países solo hay uno latinoamericano que es México, con la agravante de que el gasto por turista no es siquiera comparable con lo que gasta un turista en Estados Unidos.
De lo anterior se desprende que debemos trabajar en dos áreas fundamentales: El aumento de las visitas y provocar que los turistas gasten más, no porque les vendamos más caro sino por la diversidad y calidad de los productos y servicios que se les ofrece. Aquí viene, entonces, la aplicación del título de este escrito. Hay que extrapolar el internet de las cosas al turismo de las cosas. El TDC (turismo de las cosas) consistiría en convertir todos nuestros recursos naturales, culturales o mágico-religiosos, productos y servicios en atractivos turísticos. Por ejemplo, muchos turistas van a Cuba a visitar su Museo del vudú, pero quien no sabe que en República Dominicana hay más tradición del vudú que en Cuba, por qué no tenemos nosotros un museo del vudú también.
Pero no es solo eso, hay que adaptar nuestras ciudades, destinos y servicios a todo tipo de visitantes, para provocar que aumente el gasto de cada turista, a fin de que el incremento de las visitas se convierta en incremento del volumen de negocios o de ingresos de divisas que recibimos.
No es tan difícil pensar en las cosas que uno no quisiera recibir o ver cuando viaja, o en las que uno ve y disfruta, para adaptar esa experiencia aumentando lo bueno y mejorando lo negativo. De ahora en adelante cada vez que pensemos en el internet de las cosas, pensemos también en el turismo de las cosas.